Me da miedo pensar que estemos de
nuevo en el mismo punto que hace tanto creímos abandonar. Que hayamos vuelto
atrás cuando, por fin, habíamos dado un paso adelante –y no tenemos pinta de
querer coger impulso, sino de habernos caído–.
La Humanidad ha vivido tantas
catástrofes que su primer pensamiento es olvidarlas cuando todo va mejorando.
Pensamos por un momento que todo ha de salir bien porque estamos en el buen
camino, pero lo bueno puede torcerse en cualquier momento. Y nosotros nos
vendamos los ojos, nos torcemos, nos damos la vuelta y vamos con cara alegre
hacia nuestro final; joder, sonriendo.
No hace tantos años, un hombre
mató a otros por ser algo que a él no le gustaba. Otro, sin ir más lejos,
desterró y mató a todo aquél que no siguiese su pensamiento y su mandato. Y
ahora, como seres humanos inteligentes que somos, los repudiamos. Sentimos asco
por sus actos. Es algo lógico hacerlo, ¿no? Pero, aun conociendo los errores
del pasado, ignoramos los actuales o no los queremos admitir.
Nosotros, que amamos al prójimo,
nos da miedo que aquellos que solicitan ayuda entre gritos atraviesen nuestras
fronteras. Porque pensamos que son salvajes, pero ¿cuánto de civilizado nos
queda si nos alejamos del que sufre por comodidad?
Nosotros, que creemos en el amor,
aquel amor fuerte, invencible, eterno, que toda persona querría, odiamos a los
que se aman diferente. A los que se besan siendo iguales. Y yo os digo, ¿en qué
posición nos deja eso, si actuando así no somos mejores que el hombre que mató
a toda esa gente porque no eran como él quería que fuesen?
Nosotros, que querríamos comida
si nos muriésemos de hambre, que querríamos libertad si intentaran quitárnosla,
no deberíamos hacernos los ciegos ni los mudos. Aún podemos hablar, chillar,
incluso, si queremos.
Porque sí, lo sé: nos hemos
caído. Pero lo que diferencia esta caída de cualquier otra es que de ésta sí
que sabemos que nos podemos levantar. Y espero, por nuestro bien, que lo
hagamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario