Seguidores.

miércoles, 21 de enero de 2015

III. He conocido a alguien.

Sabes que todo esto es importante
cuando romperse
es la mejor forma de hablar.


Y quería deciros, 
que yo conocí a alguien,
alguien de quien es imposible hablar,
porque no hay palabras suficientes
que cuenten las historias
que aún estoy viviendo.


Porque yo, un día lo intenté, ¿sabes?
Intenté explicar cómo era ver sus ojos pestañear.
Y me quedé corto.

Intenté explicar lo que era pasear por la constelación de lunares de su espalda,
haciendo caminos,
tropezando.
O de todos esos besos que tiene repartidos por su cuerpo,
y el significado de cada uno.
Pero las palabras nunca dijeron todo lo que deberían.

Y quise escribir quinientos versos sobre su olor, 
trescientas historias de su soledad,
tres libros para hablaros sólo de su forma de peinarse.
Y ni aún así era suficiente.

Ni siquiera supe contar cómo me sentía cuando me susurraba, 
o la manera que tenía de apoyarse sobre mi pecho cuando le abrazaba.


Era extraño, ¿sabéis?
Simplemente me sentaba
y veía cómo nuestra historia se iba escribiendo,
y por primera vez era yo el lector.


Tampoco he aprendido todavía cómo sonó aquel primer te quiero,
el te echo de menos,
el pasaría toda mi vida contigo que un día dijimos,
el gilipollas, te odio;
el no sé qué haría sin ti
y aquella vez que sin decir nada, lo dijimos todo,
y las demás.

Y nunca dejaría atrás aquellos días,
que sin quererlo encontramos frases por Madrid.
O aquella vez que llovió tanto
que  nos salimos del guión de cualquier película.
O cuando lloró y yo quería llorar por ella, 
o conseguir que parase.
O cuando me trajo una varita desde Londres.
O cuando quemé su cama.
O cuando fuimos tan rápido que no sabíamos si acabaría ya,
o sería para siempre.
Y aun así, sigo sin entender por qué yo 
y no otro.

Yo nunca supe estar a la altura
-ni escribiendo, ni cara a cara-,
así que he pensado que sería mejor 
dejar a un lado
las mejores alegorías,
la personificación de nuestros sentimientos,
las metáforas de nosotros mismos
la peor hipérbole de lo que siento,
para sentarnos en banco,
liarnos un porro
y decirnos:
Te quiero.