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sábado, 31 de octubre de 2015

IX. La nostalgia, ni por el bajo de la puerta.

Te abandoné tras romperme el corazón; por eso
el folio está blanco.
He tenido la locura de quedarme sin palabras
justo antes de sacar un libro.

No pienso en ti nunca. Me cerré esa puerta
hace meses. Doble cerradura, enrejado
y hecho contra todo tipo de sentimientos.
Ni las peores nostalgias podrían colarse.

Estoy vacunado de lo que diga la gente; nadie
tiene ni idea de lo que para mí es real o no.
Nadie tiene ni idea si no sienten mi corazón.
Ni tú tampoco.

No sé en cuántos textos habré dicho ya que sería el último.
Incluso sin sentir algo, sigo escribiendo sobre
lo que hace ya demasiadas piedras quedó atrás.
Había pensado en sentarme frente a esto y redactar

un relato en el que se expusiese lo mal que hace la sociedad
sobre el cuerpo de las mujeres y, a veces, de los hombres.
O contar la de mierda que están viviendo familias ahí fuera:
sin luz, sin comida, sin agua; sin vida.

Podría haber estado leyendo todos esos libros que ya
no me hacen sentir nada.
Aunque casi ninguna cosa me hace sentir algo
en estos tiempos que corren.

Sólo lloro cuando veo la sobreexplotación alimenticia,
a un vagabundo mendigando su supervivencia,
a niños muertos en la televisión,
a sus madres abrazándoles esperando cualquier gesto de vida.

Ni los peores sentimientos me hacen soltar ya una lágrima.
Ni el mejor enamoramiento me hace creer ser Dios en este mundo.
Si fuese Dios no permitiría nada de esto,
o quizá me volvería a hacer ciego

para que por las noches no pensase en un mundo mejor
sino, en un yo mejor
para ti,
para todos.

Eso ya no es importante. Que le jodan al arte
de querer. De quererte.
Que les jodan a las personas inertes, que no hacen nada para cambiar.
Que le jodan al mundo.

La condición del ser humano implica destruir su hogar a y los que viven en él,
y enamorarse de aquello que le está matando; y aun así tener la valentía de decir:
Soy feliz.
Y yo me pregunto:

¿Cómo puedes ser feliz sabiendo que ahí fuera
a cada hora alguien muere?
Pero, no lo sabes,
ignorante.

Por eso ignoro los sentimientos.
De momento, no me hacen falta.
Cuando salven vidas,
los acogeré entre mis brazos.


El folio ya no está en blanco,
mis ideas siguen igual de liosas;
la nostalgia, ni por el bajo de la puerta.

Éste no será el último texto que te escriba.
Pero, para ti, la puerta
siempre estará cerrada.