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martes, 4 de agosto de 2015

VIII. Ya ni París nos queda.


Anda con los ojos cerrados
y con el corazón abierto,
permitiendo que la gente pueda entrar en su interior
y ver todo lo que él ve,
y sentir todo lo que él siente.
No está loco, aunque muchos creen que lo estuvo.
No está muerto aunque a veces sea frío.
De pequeño miraba a la luna y se sentía gato por los tejados,
ahora ha crecido y se siente ciudad
–París–
aunque no cree en fronteras.
Es todo una bonita paradoja.
Pero lo que sí que es bonito es la forma que tiene de mirarte
 cuando sabe que tú no le estás viendo.
Quizá ahora lo esté haciendo. Quizá
no le vayas a ver nunca. Pero él siempre está ahí
esperando y mirando
con los ojos cerrados
y el corazón abierto, para que puedas colarte
en su interior.