Suena una canción que no conozco
y mis palabras salen como si no fueran mías. Joder, saludan, se escuchan bien y
huyen. Hay un tic tac. Un hombre que no conozco canta. Mi cuerpo se mueve
acompasado. Es jazz. Soy. Yo. Yo. Soy. Me siento de espaldas al mundo. Contra la
pared. Y suena. Y suena. Y suena. Y nos movemos. Nuestras respiraciones se
acompasan. Sonreímos. Joder, sonreímos como niños. Nos vamos encendiendo. Y el
saxo suena. Se oyen voces de fondo. Estamos jodidamente felices. No quedan
fisuras, ni sentimientos rotos; nos estamos arreglando. Ya no hay trenes. No hay
historias. No hay amores. Somos una melodía lenta. Cada vez más rápida. Y más
rápida. Y nosotros más rápido. Suena un beso. Y ahí queremos besarnos. Comernos.
Nos respiramos. No estamos felices, lo somos. No puedo concentrarme. Y tú me
dices: así suena el alma. Una puta carcajada.
Y ahora queda el vértigo. El vértigo
que deja el final de la canción. Y caemos.
Caemos.
She’s So Jazzy.