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lunes, 25 de abril de 2016

XVII. Garabatos (1/2)

He escrito quinientas veces que desaparecía mi corazón si tú te marchabas, que dejaría de ser yo si tu presencia se desvanecía, recreándome bajo una imagen que implicaba tu ser dentro del mío. Me he visto sin vida si tú no estabas en ella. No había futuro. Dije que eras mía y que era tuyo, cada partícula de mi ser, cada sentimiento que mi interior albergaba. 

Tuve que perderme como persona para darme cuenta de que siempre estuve equivocado.

Estuve equivocado cuando propuse como mi sueño ser el mejor escritor del mundo, y lo asumí. Asumí mis errores: ese intento de superioridad que nació del sentimiento de inferioridad que albergo dentro de mí, que desapareció -es hasta gracioso- con un poco de amor propio. Y lo tuve. Pasé años sin querer mirarme a espejos por el qué dirán aunque el único que podía decir algo era yo, y ni siquiera mi opinión era válida. 

Soy lo que soy y eso es algo que no puedo evitar, contra lo que no puedo luchar. Pero me cegué de tantas maneras que la oscuridad me hizo dar pasos en falso. Y, aunque suene difícil de creer, eso me llevó hasta ti.

Buscaba una persona hacia la que sentir amor. O una clase de sentimiento cercano al amor pero que en realidad no era más que una mentira; es decir, buscaba a alguien cuya autoestima fuese más baja, incluso, que la mía para sentir que por mucho que ocurriesen desgracias nunca se marcharía porque me necesitaría demasiado. 

(Ay, necesitar. Qué palabra más estúpida. No necesitamos más que cumplir nuestras funciones vitales. Lo demás no es necesario, aunque tampoco secundario.)

Así que, nos prometimos un amor eterno que no era más que una farsa. Y lo siento, porque en parte fue mi culpa, aunque creo que tú también te parecías un poco a mí.

Nunca fuimos el uno del otro. Siempre libres. Siempre equívocos.

Algo que no consideré y que sí que podía ocurrir, era que te marchases. Te vi tan frágil, sugestionable; tan parecida a mí que no vi razones para pensar que dejaríamos de estar solos. Pero desapareciste de mi vida, y debo darte las gracias. Me abriste una manera nueva de ver el mundo, de verme a mí.

Ya no siento pena por mí mismo, y ya no deriva esa pena en un intento imposible de convertirme en el mejor en algo aun habiendo un número incontable de personas en este planeta que podrían superarme. Seguro que hay alguien mejor que yo. Seguro que muchos lo son. Pero eso da igual. Ya no busco alcanzarles, busco encontrar la mejor versión de mí mismo. Esa versión donde el Yo no implique emociones y sentimientos negativos. 

Y creo que ya casi la tengo. Casi. 

Casi puedo ver. Casi, llamémoslo, algo de luz.



No sé. Tenía que contar esta historia. Quizá la leas. Quizá no. Sabes perfectamente que va dirigida a ti, aunque no, no es para ti. Es para mí. Siempre pensé en escribir a los demás para hacerles sentir bien. Ahora quiero hacerme sentir bien. Ya me tocaba. 

Por lo demás, no soy un nuevo Álvaro, o quizá sí. Simplemente ahora tengo los ojos un pelín más abiertos y me cuestiono las cosas. Y hay demasiadas cosas que cuestionarse. Quizá os cuente mis reflexiones. Quizá, no.

En cualquier caso, seas quien seas, leas desde donde leas: gracias por haber entrado. 
Algo que me sigue sorprendiendo es que haya gente que se pare a abrir esto.

Es bonito.
¿No crees?