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miércoles, 30 de marzo de 2016

XVI. Calle.

No somos calle porque tenemos un techo
y eso, a veces, no todos pueden decirlo.
Vivirlo, ¿el qué? El dolor, no lo queremos.
El frío, ¿cómo? Junto a un cartón, lo tememos.

La sociedad te entrena para bajar la mirada, ya sea con odio o con tristeza, a los que viven en la calle. Te enseña que no son personas, aunque sí lo sean. Aunque necesiten una ducha, un poco de comida y, quién sabe, quizá una oportunidad. Pero nadie se la da. Todos miramos el suelo al pasar cerca de ellos, esperando no escuchar lo que siempre oímos: "Algo de dinero, por favor. Tengo tres hijos y no puedo alimentarlos. Me da igual morirme de hambre pero no deje que ellos lo hagan, por favor." En ese momento sólo tienes que bajar un poquito más la cabeza y andar tres pasos más rápido de lo normal, para que el corazón no te duela de más.

¿Eres ser humano y te logras escusar
en una mentira que únicamente provoca mal?
¿No te duele el alma cuando aceleras el paso al pasar
al lado de ese mendigo que sólo quiere una brizna de pan?

Aún hay personas que se giran ofendidas si oyen al mendigo murmurar, hablar para sus adentros porque no tiene a nadie con quien desahogarse. Imagino que la mayoría de ellos se estarán ahogados. Bañándose en su propia mierda de pensamientos sin poder soltar siquiera una sola palabra a una sola persona que quiera oírla, porque esa persona que busca no existe. No existe porque nadie se fija en esos ojos que piden clemencia, en la sed de sus labios, en la ausencia de sueños, en el rugido que avalancha toda la avenida y que proviene de su estómago. Nadie se fija. O todos fijen no fijarse. 

La acción hipócrita que nos mueve no se esconde,
vivo entre el bien que me viene 
y el bien que te va. Y quiero ambos.
¿Qué más me das si soy yo el que mando?

No somos calle porque la calle duele y a nosotros entre cuatro paredes el frío no nos llueve. Así que es mejor que calle si hablar quiere. Y si usted piensa criticar, le pido que lea. 

Si aún se siente con fuerzas de salir ahí fuera, no agache la cabeza si se encuentra con un mendigo. Mírele fijamente a los ojos y dese cuenta de su dolor. Y aquí lanzo una pregunta:

¿Si fueras tú el mendigo te harías lo mismo?