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jueves, 21 de mayo de 2015

IV. "Aquí no he perdido nada, porque nada tuve nunca."

Nos lloró la lluvia aquel día, sabía el final de la historia. Nos habíamos sentado y todo era nosotros: las luces de las farolas, aquel viento atroz que quería comernos (quizá fuera yo quién quería comerte), las hojas chillando, los coches que ya no estaban y la gente que nos miraba desde la ventana como si nuestros cuerpos fueran vaho.
Y lo único que podíamos hacer era correr hasta que nos fallasen las fuerzas; aunque no somos lo suficientemente valientes como para hacerlo.
Abrázame, debería haber dicho.
Pero sólo te hice reír.
Me quité la chaqueta y tú te la pusiste. Recuerdo el frío. Te recuerdo temblando. Me recuerdo mirándote. No eres ni medio normal, pensé.
Me habría quitado la camisa, me habría arrancado la piel, te habría dado mis ojos si me lo hubieses pedido.
Pero lo único que dijiste es: no te vayas de mi lado.
Y quizá no debería recordarte durmiendo. Quizá no debería recordar tus mordiscos. Quizá olvidar los paseos por El Retiro. Quizá volver a odiarme si eso quiere decir que tú estarás bien.
No quiero recordar más de aquel día. No quiero recordar tu pelo húmedo. No quiero recordar tu risa, ni la forma en que las gotas simulaban ser lágrimas. No, por favor, que se vaya tu cuerpo corriendo, tu cuerpo pisando charcos, tu cuerpo alzándose a las nubes.
Y ahora, ya no es invierno. Ya no te veo con tu chaquetita de cuero esperándome todos los viernes a la salida de aquella librería. Ya no te veo agarrándote a mi brazo lo más fuerte que pudieses para mirarme desde arriba. Esos ojos. Ya no te veo conmigo paseando por Madrid, recorriendo cada calle, cada esquina, cada avenida de tu mano. No te veo cerca de mí: no te veo en mi casa, menos aún en mi cama; no te veo en la noche, no te veo en las letras, no te veo, joder, mirándome. No te veo, lo sé, a mi lado.
No puedo hacer nada para evitarlo. No soy ellos, lo entiendo. No soy nadie, siempre lo he sabido.
Y espero que me perdones porque voy a tener que romper mis promesas, voy a tener que dejártelas sobre la cama y salir ahí fuera. Porque esta no es mi vida, no soy yo, es otro el que debería estar contigo, a tu lado. 

Te he dejado sobre la mesita una foto tuya engullendo todo ese humo, un calendario con todos los días en los que fuimos eternos y una postal con destino a Santorini. Te espero donde siempre quisimos vernos.
Echa la llave, cierra todas las puertas, olvídame, encuéntrale, búscame cuando lo hagas y dilo: deberías haber estado aquí.
“Aquí no he perdido nada, porque nada tuve nunca”, pensaré. Y seguiré andando hasta el día que decida apagarme.